¿Por qué somos tan malos con las fechas de entrega? ¿Por qué se nos echa el tiempo encima? ¿Nos pasa sólo a artistas despistados?
Pues no, resulta que todo el mundo, desde el prototípico estudiante con acné hasta el arquitecto de la ópera de Sidney, es proclive a subestimar el tiempo de una futura tarea. El fenómeno es tan común que hasta tiene un nombre traducido del inglés: la falacia de la planificación (planner’s fallacy).
Para calcular el tiempo de un futuro encargo nos solemos basar en nuestras experiencias anteriores. ¿Cuánto tiempo me costó un trabajo similar? Y es en este momento en el que se demuestra la fragilidad de nuestra memoria, porque el cerebro tiende a abreviar la tarea que recordamos a sus elementos fundamentales. Por ejemplo, cuando pensamos en una página de cómic, calculamos el lápiz y la tinta, y olvidamos –o subestimamos- tareas adyacentes como escanear, ir a comprar gomas de borrar, juguetear con el Photoshop etc.
Pero este no es el único sesgo cognitivo. También solemos pecar de voluntarismo. Como queremos que el trabajo esté terminado el lunes, nos creemos que, efectivamente, va a estar terminado el lunes. Este exceso de optimismo que nos mantiene felices y contentos es letal para entregar encargos a tiempo.
Así que, la próxima vez que te pregunten, “¿para cuándo lo puedes tener?” Piensa que te va a costar más de lo que crees. ¡Mucho más de lo que crees!
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