15/7/13

Cuando hay instituciones que ayudan

Esta entrada forma parte de la serie 'de vuelta a Europa', en la que cuento las experiencias de mis siete años en EEUU, mi paso por Valencia y mi llegada a Bruselas. 
Sigamos con mi crónica de éxitos ajenos, amigos de St. Louis que trabajaron duro para que su trabajo se reconociera. Esta vez miremos al mundo de la literatura.

Conocí a los escritores Sarah Buishas Bruni (The night when Gwen Stacy died), Teddy Wayne (Kapitoil, The love song of Johnny Valentine), Alison Espach (The adults, Someone’s uncle) y Anton DiSclafani (The Yonahlosseeh riding camp for girls) cuando ninguno de nosotros habíamos publicado nada. Yo fui, no obstante, el primero de todos con una primera publicación prevista. Pasados unos años y tras calcular las decenas de títulos de Actor Aspirante que necesitaría dibujar para poder cobrar lo que ellos ha cobrado por su primera novela -en el caso de Anton, creo que necesitaría vivir 300 años y dibujar todo el tiempo sin parar, concluyo que: a) he nacido en el país equivocado, b) tengo la lengua equivocada y c) mis talentos son poco rentables.

Aunque sus respectivas obras son muy distintas (atentos a los links que pondré después), Sarah, Teddy, Ali y Anton tienen una historia similar. Compaginaron la escritura con la docencia y se beneficiaron de una opción inexistente en España. Un MFA (Master in Fine Arts) diseñado para jóvenes escritores que ya se han graduado del college. Durante los dos años de MFA mis amigos recibieron clases de literatura, teoría, historia etc... Estas clases teóricas impartidas por académicos se complementaban con talleres prácticos organizados por novelistas donde se analizaban y criticaban su trabajo creativo. El café literario de toda la vida organizado en Workshops. Aparte, durante el segundo año, adquirieron experiencia docente en la universidad, lo que, en parte, permitía hacer la beca rentable y les preparaba para una salida -la docente- algo más pragmática. Y todo esto, por cierto, cobrando. No una miseria ni una cantidad simbólica. Cobrando lo suficiente como para poder vivir con cierto desahogo en una ciudad que no era la suya durante dos años.

Pero lo mejor está por venir.

Al terminar, podían optar a una beca de un año. Así, liberados de otras responsabilidades y con tiempo para escribir, podían desarrollar todo lo aprendido. Evidentemente, entrar en uno de estos programas es difícil. Pero existen. Y los criterios de admisión se basan exclusivamente en la calidad del trabajo creativo. Hacer algo así no garantiza el éxito. Pero garantiza oportunidades de éxito.

La historia de hoy sea quizás menos estimulante que la de Brian o Cullen. Los artistas que logran el éxito sin la ayuda de nadie, tocan una fibra más sensible y nos confirman el ideal romántico del creador solitario que se impone a las adversidades. Los ejemplos de hoy, aunque cargados de talento, tienen una deuda con las instituciones que los formaron. Brian o Cullen lo lograron pese a todo – o con todo en contra. Pero la lección que podemos sacar de la historia de Anton, Teddy, Sarah y Ali es relevante y actual. Para que la gente más creativa de una sociedad pueda desarrollarse y la sociedad beneficiarse de sus ideas, se necesitan ciertas estructuras que creen un caldo de cultivo. Estructuras que actualmente nos estamos empeñando en desmantelar. ¿Y qué beneficio pueden tener los escritores, los artistas, los científicos? Se me ocurren muchos. Pero esta sea quizás una pregunta demasiado amplia para los propósitos de esta entrada.

Las otras entradas de la serie:
De vuelta a Europa... ¿para siempre?
Should I stay or should I go?
Historias de éxitos ajenos.

Para saber más acerca del trabajo de Sarah Buishas Bruni, Teddy Wayne, Alison Espach y Anton DiSclafani

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